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El Románico en la Ciudad de Ávila - La Muralla

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La Muralla de Ávila es sin duda el monumento más destacado de la ciudad abulense. Esta ruta nos desvela los entresijos y secretos que encierra el recinto amurallado, una de las construcciones medievales mejor conservadas de Europa.

Conquistado el reino de Toledo en 1085, Alfonso VI, encomienda al conde Don Raimundo de Borgoña, la repoblación de la Extremadura Castellana, que incluía Segovia, Ávila y Salamanca. El carácter fronterizo y concejil de la repoblación es factor determinante para la comprensión de la historia abulense.

Para llevar a cabo esta empresa se puso en marcha una política de atracción de gentes, donde no importaba ni la condición social ni la procedencia geográfica; se asignó un amplio alfoz, se concedieron fueros y exenciones, lo que fue condición suficiente para que se crease un poderoso concejo, con un marcado carácter militar debido a la condición de frontera. Gentes del norte de Burgos, de Soria, francos, asturianos, vascos, mozárabes y judíos vinieron a poblar la ciudad.

Durante el siglo XII, asentada ya la población, se irán afianzando los organismos de poder, el concejo adquirirá cada vez más relevancia, la iglesia va fortaleciéndose desde el punto de vista económico, social y espiritual, y a la vez comienza una gran actividad constructiva, templos, murallas, edificaciones civiles.

La visita a la ciudad medieval de Ávila debe iniciarse por Las Murallas, el mejor ejemplo de arquitectura militar del románico en España y modelo único de la arquitectura medieval europea. Su trazado es fundamental para comprender la ciudad. Fueron defensa militar, cinturón sanitario, frontera fiscal y soporte de otras arquitecturas.

La construcción de sus lienzos y cubos se va adaptando al terreno: los lienzos meridionales, que apenas tienen altura debido a la escarpa natural sobre la que se asientan; los del oeste y el norte, que se van haciendo más fuertes y la zona oriental, donde alcanzan su mayor desarrollo y donde fue preciso reforzar las defensas de la ciudad. En esta zona se levantó el Alcázar, se abrieron las dos Puertas más fuertes, la del Alcázar y la de San Vicente, y ante los muros se dispuso un sistema defensivo con un foso y una barbacana.

Recorriendo el recinto amurallado descubriremos las Nueve puertas que en él se abren: Puerta del Alcázar, del Peso de la Harina, de San Vicente, del Mariscal, del Carmen, del Adaja, de la Malaventura, de La Santa y del Rastro. Cada una con una función y trazado diferentes. Descubriremos también que las almenas que rematan sus muros y que sus cubos son diferentes a pesar de que su imagen dé un todo homogéneo. Cómo condiciona y es soporte de otras arquitecturas.

Aunque no conocemos los nombres de sus constructores, probablemente trabajasen cristianos y mudéjares; así, los frisos de esquinillas y las labores de ladrillo que rematan gran parte de los lienzos norte y occidental, o los arcos de ladrillo que dan paso a los cubos, nos hablan de la mano de obra mudéjar.

Dos kilómetros y medio de perímetro, 88 torreones, Nueve puertas, Tres poternas y una extensión de 33 hectáreas son los datos conocidos de esta fortificación, pero no suficientes para acercarse a un monumento que es un documento esencial para la comprensión y configuración de la ciudad.

La Crónica de la Población de Ávila situaba su construcción en el año 1090 y señalaba a Casandro y a Florín de Pituenga maestros de la fábrica; sin embargo, las últimas investigaciones, basándose en la dimensión de la obra, en la escasa población de los primeros momentos, en la lectura detenida de los muros y en su relación con otras fortificaciones contemporáneas, indican que la construcción debió prolongarse durante el siglo XII y que se realizó sobre una muralla anterior de origen romano.

La muralla de Ávila ha llegado a nuestros días en buen estado de conservación, pero para ello fueron necesarias diversas actuaciones, generalmente acertadas, que independientemente de su alcance han sido decisivas en la imagen y en el estado actual de la misma.

La conservación y el mantenimiento corrían a cargo del concejo y entre los cargos municipales figura un veedor de las obras de los muros. Un documento publicado por Serafín de Tapia recoge cómo se repartía su cuidado: los caballeros e hidalgos hacían la ronda, los ciudadanos velaban, los campesinos reparaban los adarves, limpiaban los fosos y acarreaban los materiales necesarios, los moros ponían las manos y los judíos el hierro; minorías que también eran obligadas a velar.

Frente a la catedral, en el solar que ocupó el viejo Palacio Episcopal, se encuentra uno de los edificios más significativos y desconocidos de la ciudad, El Episcopio, que debió ser una antigua sala de Sínodos y que algunos autores han identificado como Palacio del Rey Niño.

Su construcción está relacionada con la de las murallas y la de la catedral. Es el edificio románico más antiguo de la ciudad.

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